Con esta solemnidad y estas fiestas concluye el Año Litúrgico.
El reinado de Cristo es de paz, de justicia y de amor, y comienza en
nuestro corazón, y a partir de ahí podemos llevarlo a los demás, a la
sociedad y al mundo global.
Profesar la fe en el nombre del Padre, del hijo y del espiritù Santo, es creer en un Dios que es Amor: por amor el Padre envía a su Hijo para nuestra salvación, éste nos redime y el Espíritu nos sostiene a la espera de la vuelta de Cristo. Esta fe renueva a la Iglesia y la envía a testimoniar la Palabra salvadora de Dios. El Año de la Fe habrá tenido que ser una invitación a acoger el perdón, a convertirnos al único Salvador y a equiparnos con su mismo amor.
Profesar la fe en el nombre del Padre, del hijo y del espiritù Santo, es creer en un Dios que es Amor: por amor el Padre envía a su Hijo para nuestra salvación, éste nos redime y el Espíritu nos sostiene a la espera de la vuelta de Cristo. Esta fe renueva a la Iglesia y la envía a testimoniar la Palabra salvadora de Dios. El Año de la Fe habrá tenido que ser una invitación a acoger el perdón, a convertirnos al único Salvador y a equiparnos con su mismo amor.
Afirmar que Cristo es Rey no es fácil, ya que es un rey
humillado y crucificado. Los hombres ¿podemos aceptar que alguien así
quien puede traernos la felicidad, la vida...? El evangelio de este
domingo muestra las reacciones ante el Crucificado que se manifiesta
como rey. Para unos la cruz es la razón que no permite creer en la
realeza de Jesús; para otros es el signo luminoso de una misión divina.
¡Mirada sorprendente la del buen ladrón! ¿Qué es lo que le permite
contemplar la vida, con los dramas que contiene, como él supo mirarlos?
¿Cómo llegar a ver a Jesús como él supo verlo? Es la pregunta decisiva
que se plantea en este día y que se ha formulado siempre.
Solo el
buen ladrón reconoce que Jesús «amando hasta la muerte no hace nada
absurdo». Por eso entiende su realeza: la del amor, que nunca falla,
frente a la del poder, que para que no falle acaba siendo obsesión y
opresión. Jesús le responde desvelando el secreto de su realeza: hoy ya
estás conmigo en el paraíso, en el Reino. Y es que para vivir el hoy del
Reino no hay que esperar a un triunfo espectacular y poderoso de Dios;
bastará abrazarse a los débiles y pequeños hasta la muerte.
Ante
la muerte, nos podemos sentir indefensos y vulnerables; así se sintió el
mismo Jesús. Pero hay algo que invita a fiarnos de Dios y a decir, con
Jesús: «Padre, en tus manos dejo mi vida.» Este es el núcleo esencial de
la fe cristiana: dejarse amar por Dios hasta la vida eterna; abrazarse a
la muerte, esperándolo todo del amor de Dios. Por eso Jesús dijo «Hoy
estarás conmigo en el paraíso». Efectivamente, Cristo es Rey, es el
vencedor del mal y de la muerte. Ayer, hoy y siempre ¡ VIVA CRISTO REY DE TODO EL UNIVERSO !.