miércoles, 24 de febrero de 2010

LA PATRIA EN LA BIBLIA


La Patria. Cómo nos la presentan las páginas de la Biblia..

Hay una palabra que la pronunciamos siempre con orgullo, y es “La Patria”. A la Patria la amamos. Por la Patria trabajamos. A la Patria la defendemos. Por la Patria estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio. Y nos preguntamos ahora: ¿Tiene la Biblia que decirnos algo sobre la Patria? ¡Y tanto que nos dice! En la Palabra de Dios, en el mismo ejemplo de Jesucristo, vemos cómo el amor a la Patria contiene algo de sagrado, y que están justificados todos los sacrificios que la Patria nos exige.

¿Cabe en una lección de Biblia el hablar sobre la Patria? Podemos hacer la pregunta de otra manera: ¿Podemos hablar de la Patria a la luz de la Biblia?... Abrimos el libro tan bello de Ester y nos encontramos con unas palabras patéticas de Mardoqueo a su sobrina y ahijada, cuando conoció el decreto real que ordenaba el exterminio de los judíos: “Has llegado a ser reina para este momento preciso. ¡Ora al Señor! ¡Habla al rey en favor nuestro, y líbranos de la muerte!”. ¿Y qué le pedía Mardoqueo a su querida Ester?... ¡Aunque fuera la muerte, si era preciso! Porque la respuesta de Ester había sido también categórica: “Sabes que tengo pena de muerte si me presento al rey sin haber sido llamada, y hace ya treinta días que el rey ni me llama ni sabe nada de mí. ¡Pero me presentaré ante el rey, y, si he de morir, moriré!” (Ester 4,8-16). Un ejemplo como éste nos pone delante sin más el heroísmo que a veces exige la Patria. ¿Está justificado el amor que lleva a semejantes extremos?...

Si queremos hablar de la Patria guiados por la Biblia, empezamos, como es lógico, por el Antiguo Testamento. Y nos encontramos ante todo con Abraham y los Patriarcas, peregrinos en tierra extraña, pero con la promesa de Dios de que esa tierra que habitaban ahora sería la tierra patria de su descendencia. Israel, en Egipto, era extranjero, pero no había muerto el recuerdo de la tierra de sus antepasados. Bajo Moisés, emprende el pueblo la marcha hacia la Tierra Prometida, de la que por fin toma posesión bajo el mando de Josué. Con David, se constituye un reino unido, e Israel goza por fin de una patria en todo el sentido de la palabra.


¡Y qué Historia la de Israel! ¡Qué héroes tan legendarios! ¡Qué amor a su tierra bendita!... Moisés, los Jueces, David, Elías, Jeremías, Ezequiel, Zorobabel, Esdras y Nehemías, los Macabeos… Un salmo precioso del Destierro sintetiza el amor del israelita por su patria: “Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores a divertirlos: „Cántennos un cantar de ó‟¡Cómo cantar un cántico de Sión en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que se me apegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en el colmo de mis alegrías” (Salmo 136,1-6)… Después del


Destierro, en la Diáspora, Israel estará disperso entre todas las naciones conocidas, con sus sinagogas en todas las ciudades. Pero los ojos de todos se dirigirán constantemente a Jerusalén, y allí irán de todas partes en peregrinación multitudes de judíos en las grandes festividades anuales de la Pascua, de Pentecostés, de los Tabernáculos… Así fue la patria de Israel en el Antiguo Testamento.

Sin embargo, Israel vive la ilusión de su patria de una manera muy diferente a los demás pueblos. Desde los Patriarcas, sueña en una patria futura que no será como ésa en que le toca vivir de momento. Los israelitas mueren, como nos dice la Sagrada Escritura en un párrafo precioso, “sin haber conseguido el objeto de las promesas, viéndolas y saludándolas desde lejos y confesándose peregrinos y forasteros sobre la tierra. Los que así hablan, claramente dan a entender que van en busca de una patria; pues si pensaban en la que habían abandonado, podían volver a ella. Por el contrario, aspiran a una mejor, a la celestial. Por eso Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios, pues les tenía preparada una ciudad” (Hebreos 11,13-16)


Pasamos al Nuevo Testamento, ¿y con qué nos encontramos? Israel ha cumplido con su excelsa misión de traer al Mesías prometido, al Salvador de todos. Y Jesucristo, hijo de Israel, ¿amará a su patria como los demás conciudadanos suyos? No lo podemos dudar un instante, aunque Jesucristo, precisamente Él, será la causa de un cambio radical en la historia de Israel como patria de todo un pueblo. Jesús podía soñar, como cualquier ciudadano honesto, en que sería bien recibido por los suyos. Sin embargo, “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron” (Juan 1,11). ¿Algunos casos del Evangelio?...


En Nazaret, su patria chica, recibe el primer desprecio: “¿De dónde le viene eso, esa sabiduría, y esos milagros? ¿No es éste el carpintero? Y se escandalizaban a causa de él” (Marcos 6,2-3)


En Galilea, a raíz del discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, desciende tanto su popularidad, que le abandonan hasta muchos discípulos, y se queja dolorido a los Doce: “¿También ustedes me quieren dejar?” (Juan 6,67)

Visita varias veces Jerusalén, y al fin, “al acercarse a la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si conocieras en este día el mensaje de mi paz!” (Lucas 19,41), y continuó con un lamento estremecedor: “¡Jerusalén, Jerusalén, la que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no has querido! Pues bien, su casa se va a quedar desierta” (Mateo 23,37-38), “porque tus enemigos no dejarán en ti piedra sobre piedra, por no haber conocido el tiempo de tu visita” (Lucas 19,43-44)

Jesús había sido rechazado en y con su patria. Aunque pronunció unas palabras que son la mayor esperanza de ese pueblo incomparable: “Les digo que no me volverán a ver hasta que digan: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Mateo 23,39), porque Israel, conforme a su elección, un día reconocerá en Jesús al Cristo, “ya que todo Israel será salvo…, pues los dones y la vocación de Dios son irrevocables” (Romanos 11,26 y 29)
Hasta aquí, sólo hemos visto historia: lo que era la patria para Israel, lo que fue para Jesús. Debemos hacernos ahora a algunas reflexiones.

Y en primer lugar, dentro de los planes de Dios, la Iglesia, “el nuevo Israel de Dios” (Gálatas 6,16), ¿cuenta con una patria, con una tierra propia? No. Todo al revés. Su patria es el mundo entero, conforme al encargo de Jesús: “Vayan, y prediquen a todas las gentes, enseñándoles a guardar todo lo que yo les he enseñado”. Y añade Jesús, como ciudadano del mundo entero: “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los siglos” (Mateo 28,19-20). Los cristianos, por lo mismo, “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de una futura” (Hebreos 13,14), “la Jerusalén de allá arriba, de la que somos hijos libres” (Gálatas 4, 25-26), “porque tenemos la ciudadanía del cielo, de donde vendrá a buscarnos como Salvador el Señor Jesucristo ” (Filipenses 3,20)

El que los cristianos esperemos una Patria futura y definitiva, ¿nos libra de tener y amar aquí una patria terrena y temporal? No; todo lo contrario. Precisamente aprendiendo de la Biblia, nosotros somos los ciudadanos más comprometidos con la patria. Como Jesús, para dar ejemplo, cumplimos los deberes ciudadanos y religiosos con más escrupulosidad que nadie, como hiciera, aunque se siente libre como Hijo de Dios, con el encargo a Pedro: “Vete, y con la moneda que saques al pez, paga el impuesto por mí y por ti” (Mateo 17,27)

El apostol San Pablo, consciente de los deberes ciudadanos que competen a los cristianos como a los demás, establece tres normas inmutables. Primera, reconocer que la autoridad civil legítima viene de Dios: “Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios. Por lo tanto, hay que sometérseles no sólo por miedo al castigo, sino en conciencia”. Saca entonces la segunda consecuencia: “Por eso precisamente pagan los impuestos, porque son funcionarios de Dios, ocupados en ese oficio”. Y añade la tercera, que lo compendia todo: “Den a cada cual lo que se le debe: impuestos, tributo, respeto, honor” (Romanos 13, 1-7). Esto vale para todo régimen político que se base en el Estado de derecho. Entonces, “la soberanía es prerrogativa de la ley, no de la voluntad arbitraria de los hombres. Las leyes injustas y las medidas contrarias al orden moral no obligan en conciencia” (Compendio CIC, 406)

¡La Patria! ¡Qué bella aparece en la Biblia! ¡Qué ejemplos de heroísmo nos presenta para nuestra imitación! ¡Y cómo la vida ciudadana y religiosa de la sociedad hace soñar en la Patria que nos espera después, y en la que viviremos tan felices

1 comentario:

  1. Woa en tu comentario en mi entrada dijiste que mi blog se veía lindo, pues déjame decirte que el tuyo esta super genial!!!

    Osea me he llevado horas leyendo lo que has escrito y woa Dios Mío esta lindísimo! En serio! Escribes muy muy bien! Ahora ya se cosas que no sabía antes sobre la Biblia gracias =)

    Espero seguir leyendo tus entradas tan a menudo como me sea posible =)

    BTW de dónde eres? Ahora estoy subiendo unas predicaciones (grabadas de forma casera) al blog de mi iglesia por si te interesan aún no están en total circulación pero como en máximo tres días ya andaran por la web. La dirección es:
    http://bereadiosesamor.blogspot.com/
    por si deseas darte una vuelta

    Me he vuelto tu seguidora sigue asi!

    Besos Y Dios Te Bendiga!!!

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