sábado, 3 de abril de 2010

Domingo de Pascua


¡El Señor ha resucitado, alegrémonos!

Esta es la Invitación que la Iglesia nos hace durante el tiempo pascual. "Si Cristo no ha resucitado –escribía San Pablo a los Corintios- vana es nuestra fe e inútil nuestra predicación."

Por la resurrección de Jesús nuestra fe cobra pleno sentido y vigencia. Es lo que por fin le sucedió a Pedro, y en definitiva a todos los apóstoles, en la narración de la resurrección del Evangelio de Lucas (Lc 24, 1-12): «Pedro se volvió admirado de lo sucedido.

Repasemos los Hechos:"El primer día de la semana…" Para los judíos los días no tienen nombres, sólo números, y todos éstos anticipan la llegada del séptimo día, que si tiene nombre propio, la llegada del Shabat “el sábado”. Cristo había muerto el día “sexto”, para nosotros el viernes. Luego viene el sábado (en que estuvo enterrado), durante el que no se podía hacer casi nada: ni encender el fuego, ni cuidar un enfermo, ni cortar una espiga.

Por eso los judíos el viernes por la tarde, apurados porque ya comenzaba el sábado, pidieron a Pilatos que le cortaran las piernas a los crucificados para acelerar su muerte. Con Jesús no fue necesario pues ya había muerto. En cambio un soldado le traspasará el corazón.

Ese sábado era el más importante del calendario judío: era “sábado de Pascua”. Un sábado de encontrados sentimientos y reacciones:
1) Los enemigos de Cristo gozaban su tiempo ¡por fin habían terminado con aquél perturbador!
2) Los discípulos estaban aturdidos, decepcionados, llenos de miedo, no entendían nada.
3) Todos tenían a Jesús por muerto y bien muerto. Excepto una mujer: su Madre, ella seguía en pie, sostenida por la esperanza de la resurrección.

Al atardecer del sábado, cuando se reiniciaba la vida normal judía, sus enemigos van a verlo a Pilatos para pedirle una guardia (Mt. 27, 62-66): «Ellos fueron, sellaron la loza y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.»

Las mujeres seguidoras de Cristo tuvieron que comprar los aromas y perfumes con que al día siguiente cumplirían la piadosa tarea de embalsamarlo mejor, porque el viernes había sido todo muy rápido.

El cuerpo de Cristo, según los relatos evangélicos, permaneció en el sepulcro entre 40 y 50 horas, desde el atardecer del viernes hasta una hora imprecisa del primer día de la semana, (que llamamos “domingo”, por “dies domini”, el día del Señor).

Cuando las mujeres llegan al sepulcro están preocupadas por «quién les removerá la piedra de entrada» (quiere decir que no conocían que los judíos habían puesto soldados custodiándolo), pero encuentran la piedra corrida. Los soldados han huido, ¡no está el cuerpo del Señor!, quedan desconcertadas.

«De pronto se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco» Quedaron petrificadas, llenas de temor, los ojos clavados en el suelo, aquellos seres vestidos de blanco, comenzaron a recordarles las profecías de Jesús: «¿Porqué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día”. Y las mujeres recordaron sus palabras.» Lc 24, 5b-8.

Recordaron y creyeron: inmediatamente se convirtieron en anunciadoras de la Buena noticia a los apóstoles.

¿Quiénes son las primeras evangelizadoras? Mujeres sencillas y humildes, pero llenas de amor (¡habían ido al sepulcro a cumplir un acto de caridad!).

¿Cuál fue la reacción de los apóstoles ante el anuncio de las mujeres?: «les pareció que deliraban y no les creyeron» Lc. 24, 11. Aquí hay un hecho histórico y un simbolismo:

a) Hecho histórico: La excitación y la alegría de aquellas mujeres tuvo que ser impresionante. Pero ellos, los hombres, sabían que estaba bien muerto y enterrado. Ellos también parecían haberse olvidado de las enseñanzas de Jesús y las pensaron locas. Nuestra falta de fe y formación nos puede llevar a cualquier negación, a convertirnos en jueces de la fe religiosa y de la vida cristiana de los otros: “tienen que vivir así o asa”, “hacer esto o aquello”, olvidándonos otra enseñanza del maestro: “no juzguen y no serán juzgados.”

b) Pero hay también un simbolismo: la predicación de nuestra fe, la práctica de nuestra fe tiene que parecerle una “locura”, un “delirio” a los que no creen; no nos pueden entender, “si me persiguieron los perseguirán a ustedes”, “no tengan miedo yo he vencido al mundo” nos dice Jesús con el misterio de su resurrección.


Cristo venció al mundo y a la muerte. “¿Porqué buscan entre los muertos al que está vivo?” Pienso que esta Pascua (Paso del Señor), tiene que ser una Pascua de renovación de nuestro testimonio evangélico, como decía de en las reflexiones de Cuaresma: ¡Cambiar la mente, la vida!, evangelizar de palabra, pero sobre todo de obra, en la vivencia de la Caridad, como participación en el amor de Dios y como acción concreta de bien hacia el hermano es tarea irrenunciable de todos los bautizados, individualmente y de la Iglesia como comunidad jerárquica, nos recordaba Su Santidad Benedicto XVI en “Dios es amor”.

La resurrección de Jesús nos invita a un gozo y alegría que es envío, que es misión: cómo el de las mujeres y el de los apóstoles.

En esta Pascua nosotros también tenemos que anunciar la alegría de la Resurrección de Jesús: en casa, en el lugar de trabajo, en los lugares de diversión, entre nuestros vecinos. Si allí no somos capaces de dar testimonio de amor y sembrar las semilla de la Buena Noticia, es inútil que nos metamos en Movimientos o Instituciones de la Iglesia, ¡Es una fuga!
-Hay que empezar con quienes conocen nuestros defectos, porque debemos procurar corregirlos en serio.
-Hay que empezar con quienes conocen nuestros egoísmos: porque debemos demostrar nuestro esfuerzo por amar bien.
-Hay que comenzar con quienes conocen nuestro mal carácter: porque el cristiano debe cambiar su vinagre en miel.
-Hay que comenzar donde conocen nuestros pecados: porque el cristiano debe pasar del pecado a la gracia.
Así les deseo una Pascua (un Paso del Señor) muy hondo y serio, donde anunciemos el gozo y la alegría de la Resurrección de Cristo, de nuestro encuentro con él. Una Pascua llena de nueva gracia de Dios, llena de la Vida de Cristo; si es así, entonces será una Feliz Pascua.

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