Jesucristo, un Rey verdadero
Cuando abrimos la Biblia nos encontramos a cada paso con lo que es el tema central de toda la Palabra de Dios: el Reinado de Dios. Dios, es el Rey de Israel; Dios es el Rey del mundo; Dios tiene que reinar. Esta idea domina todas las páginas de la Biblia. Llega Jesús y comienza su Evangelio con el grito clamoroso:
- ¡Todos a entrar en el Reino de Dios, en el Reino de los cielos, que ya está metido entre nosotros!...
Dios será el Rey de todas las cosas por Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hombre. Así fue anunciada su venida desde hacía siglos.
Un salmo dice:
- Dominará de un mar a otro, y desde el gran río hasta el extremo de la tierra. Se postrarán ante sus pies los etíopes, y ante él lamerán el suelo sus enemigos; los reyes de la Arabia y de Sabá le traerán regalos; todos los reyes le adorarán, y todas naciones le rendirán homenaje (Salmo
El Padre Eterno le dice en otro salmo:
- Pídemelas, que te quiero dar las naciones en herencia tuya, y extenderé tus dominios hasta los extremos de la tierra.
Otro salmo le canta:
- El trono tuyo, oh Dios, permanece por los siglos de los siglos (Salmos 71, 44 y 2)
el apostol Pablo, sacará la consecuencia inapelable:
- Es necesario que él reine, hasta que el Padre ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies (1Corintios 15,25)
La idea que sacamos de todas estas palabras de la Biblia es clara: Jesucristo es Rey, Jesucristo debe reinar.
Este ha sido siempre el sentir de la Iglesia, que tiene por misión extender por todo el mundo el Reinado de Dios y hacer que Jesucristo sea el dueño de todo para salvar todas las cosas.
Cuando en los siglos de la Edad Media se lanzaron los cristianos a la conquista de los lugares santos, el jefe de la Tercera Cruzada lanzó desde el caballo esta arenga a sus soldados:
- Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera (Federico Barbarroja, ante Iconio, año 1190)
Son unas palabras que se han hecho célebres, repetidas continuamente por la Iglesia. Hoy están esculpidas en el obelisco de la Plaza de San Pedro en Roma, y siguen desafiando los siglos.
Bajo este lema, los cristianos todavía luchamos, todavía sufrimos, todavía vencemos. Es un grito valiente que no pasa ni pasará de moda: Por Cristo, Rey nuestro, sabemos jugarnos la vida, nos sabemos jugar todo.
Muchos nos dicen que ya no debemos pensar hoy así. Les parece que esto es vivir el cristianismo con aires de triunfo, muy poco acordes con el aire de servicio con que ha de vivir la Iglesia. Pero no es esto.
El reinado de Jesucristo es reinado de amor, de entrega, de generosidad, de salvación.
Jesucristo es Rey precisamente cuando muere por todos.
La Iglesia no quiere conquistar el mundo con armas, ni con dinero, ni con poder.
Lo único que pretende es conquistar los corazones para rendirlos todos a Jesucristo.
Y este es el reinado que Jesucristo proclama como suyo ante Pilato:
- Yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo.
Precisamente por esto no fue aceptado Jesús. Porque vieron que su doctrina no respondía a los ideales sociopolíticos que los dirigentes del pueblo habían concebido.
No grita Jesús contra el dominio de los romanos. No se presenta con oro ni espadas. Sino que predica contra la podredumbre de los sepulcros blanqueados, contra la inmundicia de los platos y contra el veneno de las serpientes...
El joven maestro de Nazaret se presenta humilde, amigo de pecadores, comensal de publicanos y acogedor de prostitutas, denunciador de corazones hipócritas, purificador del Templo, y repartidor de la salvación de Dios a todos los hombres, sin privilegios de casta o nación... Cuando vieron todo esto, los enemigos se decidieron a clamar ante Pilato:
- No queremos que éste reine sobre nosotros.
Como vemos, Jesucristo es un Rey diferente de todos.
Es Rey de los humildes, de los limpios de corazón, de los obedientes a Dios, de los pecadores que vuelven al Padre... Quiere ganar a todos, para que todos se salven.
Jesucristo es un Rey cuyas victorias consisten no en aplastar a los enemigos, sino en salvar a los que eran enemigos suyos, para llevarlos a la misma felicidad que Él tiene como Rey de todas las cosas.
Y sus únicos enemigos son los que lo rechazan expresamente, los que se oponen voluntariamente al avance del Reino. Estos son aquéllos de los que dice el Salmo:
- Pondré a todos tus enemigos bajo tus pies.
Para nosotros, Jesucristo es el Rey a quien admiramos, al que amamos, al que servimos, por el que trabajamos. Sabemos que en este mundo el servicio a nuestro Rey es lucha, porque el gozar del Reino será en la vida futura. Pero esto no nos quita el vivir gozosos con la seguridad del triunfo, y seguir gritando con ilusión creciente: ¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera!...
Cuando abrimos la Biblia nos encontramos a cada paso con lo que es el tema central de toda la Palabra de Dios: el Reinado de Dios. Dios, es el Rey de Israel; Dios es el Rey del mundo; Dios tiene que reinar. Esta idea domina todas las páginas de la Biblia. Llega Jesús y comienza su Evangelio con el grito clamoroso:
- ¡Todos a entrar en el Reino de Dios, en el Reino de los cielos, que ya está metido entre nosotros!...
Dios será el Rey de todas las cosas por Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hombre. Así fue anunciada su venida desde hacía siglos.
Un salmo dice:
- Dominará de un mar a otro, y desde el gran río hasta el extremo de la tierra. Se postrarán ante sus pies los etíopes, y ante él lamerán el suelo sus enemigos; los reyes de la Arabia y de Sabá le traerán regalos; todos los reyes le adorarán, y todas naciones le rendirán homenaje (Salmo
El Padre Eterno le dice en otro salmo:
- Pídemelas, que te quiero dar las naciones en herencia tuya, y extenderé tus dominios hasta los extremos de la tierra.
Otro salmo le canta:
- El trono tuyo, oh Dios, permanece por los siglos de los siglos (Salmos 71, 44 y 2)
el apostol Pablo, sacará la consecuencia inapelable:
- Es necesario que él reine, hasta que el Padre ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies (1Corintios 15,25)
La idea que sacamos de todas estas palabras de la Biblia es clara: Jesucristo es Rey, Jesucristo debe reinar.
Este ha sido siempre el sentir de la Iglesia, que tiene por misión extender por todo el mundo el Reinado de Dios y hacer que Jesucristo sea el dueño de todo para salvar todas las cosas.
Cuando en los siglos de la Edad Media se lanzaron los cristianos a la conquista de los lugares santos, el jefe de la Tercera Cruzada lanzó desde el caballo esta arenga a sus soldados:
- Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera (Federico Barbarroja, ante Iconio, año 1190)
Son unas palabras que se han hecho célebres, repetidas continuamente por la Iglesia. Hoy están esculpidas en el obelisco de la Plaza de San Pedro en Roma, y siguen desafiando los siglos.
Bajo este lema, los cristianos todavía luchamos, todavía sufrimos, todavía vencemos. Es un grito valiente que no pasa ni pasará de moda: Por Cristo, Rey nuestro, sabemos jugarnos la vida, nos sabemos jugar todo.
Muchos nos dicen que ya no debemos pensar hoy así. Les parece que esto es vivir el cristianismo con aires de triunfo, muy poco acordes con el aire de servicio con que ha de vivir la Iglesia. Pero no es esto.
El reinado de Jesucristo es reinado de amor, de entrega, de generosidad, de salvación.
Jesucristo es Rey precisamente cuando muere por todos.
La Iglesia no quiere conquistar el mundo con armas, ni con dinero, ni con poder.
Lo único que pretende es conquistar los corazones para rendirlos todos a Jesucristo.
Y este es el reinado que Jesucristo proclama como suyo ante Pilato:
- Yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo.
Precisamente por esto no fue aceptado Jesús. Porque vieron que su doctrina no respondía a los ideales sociopolíticos que los dirigentes del pueblo habían concebido.
No grita Jesús contra el dominio de los romanos. No se presenta con oro ni espadas. Sino que predica contra la podredumbre de los sepulcros blanqueados, contra la inmundicia de los platos y contra el veneno de las serpientes...
El joven maestro de Nazaret se presenta humilde, amigo de pecadores, comensal de publicanos y acogedor de prostitutas, denunciador de corazones hipócritas, purificador del Templo, y repartidor de la salvación de Dios a todos los hombres, sin privilegios de casta o nación... Cuando vieron todo esto, los enemigos se decidieron a clamar ante Pilato:
- No queremos que éste reine sobre nosotros.
Como vemos, Jesucristo es un Rey diferente de todos.
Es Rey de los humildes, de los limpios de corazón, de los obedientes a Dios, de los pecadores que vuelven al Padre... Quiere ganar a todos, para que todos se salven.
Jesucristo es un Rey cuyas victorias consisten no en aplastar a los enemigos, sino en salvar a los que eran enemigos suyos, para llevarlos a la misma felicidad que Él tiene como Rey de todas las cosas.
Y sus únicos enemigos son los que lo rechazan expresamente, los que se oponen voluntariamente al avance del Reino. Estos son aquéllos de los que dice el Salmo:
- Pondré a todos tus enemigos bajo tus pies.
Para nosotros, Jesucristo es el Rey a quien admiramos, al que amamos, al que servimos, por el que trabajamos. Sabemos que en este mundo el servicio a nuestro Rey es lucha, porque el gozar del Reino será en la vida futura. Pero esto no nos quita el vivir gozosos con la seguridad del triunfo, y seguir gritando con ilusión creciente: ¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera!...
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